Sábado 2 de junio – 20:30h. Bar Santo Martino. La exposición permanecerá abierta al público hasta el mes de julio
Crítica en ileon.com
El blog de Rubén Mielgo
DEL VERTEDERO A LA LUMINOSA INFANCIA
Por Carmen Palomo
Alertan los nuevos pensadores de nuestro siglo XXI de que nunca el vertedero (político, social, estético…, el vertedero propiamente humano) fue tan extenso ni nuestra labor de reciclaje tan apremiante y tan patética. Agobiados por un materialismo soez y monstruoso, nuestros residuos se nos presentan intratables de manera que, para sobrevivir, nos vamos acomodando a una existencia fundada en la basura, amaestrando el olfato a lo putrefacto, resignándonos a la carencia de futuros despejados y alimentándonos de detritos convenientemente institucionalizados. Los más optimistas, confiamos en que es propio de los vertederos generar abono. Incluso de los vertederos apocalípticos.
Ese optimismo quintaesenciado en forma de ternura es el que presentan estas ilustraciones de Rubén Mielgo, sacadas todas ellas de la chatarra, del óxido y del liquen, de lo sobrante por inservible. En vez de lanzar la mirada torva sobre la gran montaña anímica y material de los escombros, parece ser que es posible bajar la vista a lo que yace a nuestros pies (el resto del cartucho, la tuerca sin tornillo) y fijar la atención en su mínimo sentido, o inventárselo. El ámbito de lo plástico, por lo demás, se ha definido desde siempre en encontrar precisamente un sentido representacional a líneas, colores y materias. La representación es simplemente una reasignación de significados que parte, en este caso, de lo más humilde, de lo previamente desechado o inadvertido. Y esa humildad no solo afecta a la materia expuesta sino a los contenidos y a los objetivos de la propuesta.
Frente a actitudes estéticas alta y pretenciosamente codificadas, Rubén Mielgo ha escarbado en lo nimio y en una veta que nos conduce a la infancia pero no por la vía del barniz edulcorado sino por la de la ambivalencia siempre seductora. Así, tras la amabilidad de sus imágenes se transparenta el caos de donde proceden, la suciedad y el desprecio de donde han sido rescatadas. La magia reside en que el pico que fue tenaza o el nido que fue alambre ahora ya son sobre todo pico y nido, como si hubieran recorrido un largo camino, atravesando una extraña metamorfosis, para alcanzar esa sencilla presencia que procede de la dureza y del desarraigo.
Pero la sencillez también se mueve en el terreno de la ambivalencia. Del Gran Vertedero se han rescatado, para cada imagen, solo unos pocos elementos, y se han dispuesto austera, cuidadosamente y con la suficiente precisión para que el viejo juego de la pareidolia (imágenes ocultas, inadvertidas, bajo la reunión del azar) dé sabrosos frutos.
En el proceso de regeneración de lo desechado, Rubén Mielgo ha ido acomodando la materia a una nueva naturaleza que no por casualidad apunta hacia lo animal y también hacia la infancia. ¿Por qué principalmente animales? Quizá porque ellos guardan en sus gestos, en su expresividad, algo de pureza no contaminada ni por la civilización ni por un pensamiento extenuado en la búsqueda de interpretaciones y nostálgico de realidades. Para la infancia, sin embargo, el descubrimiento (el juego del descubrimiento) no escinde realidad y sentido: allí, como en estas ilustraciones que le pertenecen, un mono es un mono es un mono es un mono. “¡Es un mono!”, eso es lo que exclamamos con regocijo.
Puesto que estas ilustraciones apelan a la infancia (todas ellas nos miran fijamente, muy fijamente), no están exentas de humor y de una ensimismada y luminosa felicidad. Incluso los paisajes más tenebrosos son también un espacio libre, carente de carteles y de indicaciones: un campo y un cielo para salir corriendo.
Dicen que algunos adultos tienen serias dificultades para descifrar las figuras aquí convocadas: se les pierden los ojos entre las ruinas y no alcanzan a ver el diente del lobo, el rugido del león, la serenidad de la vaca. Que le pregunten a un niño cualquiera, él sabrá explicarles.